miércoles, 21 de abril de 2010

El equilibrio del Yin-Yang

¿En qué momento de la historia de la raza humana dejó la mujer de ser mujer para convertirse en sierva del hombre? ¿En qué momento el espíritu de la mujer y el hombre se separaron, de modo que el yin-yan perdió su equilibrio?
Cuanto miedo se acumuló en el hombre hacia la mujer, para convencerse a si mismo de que la única manera de defenderse contra ella era someterla. Y sin embargo, llegados a estas alturas, muchas mujeres siguen sin comprender que para recuperar su lugar no necesita adoptar el papel del hombre. Igual que muchos hombres siguen sin querer ver que la debilidad de la mujer es precisamente su fortaleza. Lo maravilloso del ser humano y de su diversidad, es precisamente la oportunidad que ésta nos brinda para complementarnos. El trabajo en equipo es la única forma en que podemos avanzar como raza. Mientras no adoptemos este principio, mientras no exista un respeto auténtico y sincero entre los sexos, mientras no se perdonen siglos y siglos de intolerancia y desprecio, jamás seremos una raza completa. Y ningún gurú que hable del cambio de la consciencia humana hacia un desarrollo espiritual más amplio debería obviar este punto. Hasta que este escollo no se salve y empecemos a trabajar juntos, hombres y mujeres, no avanzaremos de ninguna de las maneras.



         He aquí el trabajo, el esfuerzo y la voluntad de los dos polos.
La mujer debería recuperar todos los dones y virtudes de los que se le proveyó cuando fue creada. Olvidar los complejos. Reconocerse a sí misma. Reencontrar los valores que le fueron robados por obra y gracia de la fuerza bruta y con los que este mundo hubiera caminado por otra senda. Abandonar el papel de víctima y enfrentarse a la realidad de que este mundo nos necesita más que nunca tal como fuimos. No tener miedo de la responsabilidad que ello significa. Tener el coraje de caer en el vacío si es necesario para buscarse. Para reencontrarse con esa magia que la hizo imprescindible en el desarrollo del vínculo espiritual con esta tierra. Y jamás intentar compararse al hombre. 
Al igual que comparar religiones, razas y culturas no es el camino para hallar la tolerancia, tampoco lo es medirnos día a día entre hombres y mujeres. Comparándonos no conseguiremos aceptar nuestras diferencias. Puesto que somos raza, pero somos distintos. Y en esa diferencia estriba nuestra riqueza y nuestra fuerza.
         El hombre tiene que enterrar el miedo de una vez por todas. Las mujeres jamás fuimos el enemigo. Someternos fue un error. Reprimirnos solo consiguió generar odio, desconfianza y más miedo. Destinados a amarnos, el odio se presenta al mas mínimo atisbo de dominación. El hombre no necesita comprender esos puntos densos, sublimes, inciertos, que tiene la mujer y que su razón jamás conseguirá aplicar a una ecuación. Sólo necesita aceptar que la mujer es madre. Y que como madre, su misión es cuidar a sus hijos. Ninguna madre en sus cabales haría daño a un hijo. Dejarse querer. Dejarse mimar. Dejarse llevar por nuestro instinto. Aceptar que las emociones, el sentimiento y la intuición, son tan necesarios como la lógica o la razón.
         Ni siquiera se trata de ponerse en el lugar del otro. Practicar el rol del otro no servirá de nada. Cada polo tiene su misión, su razón de ser.
         Se trata simplemente de caminar juntos. Fundir nuestras capacidades para empezar a avanzar. Como un equipo, con una sola mirada, saber cuando uno le tiene que ceder el paso al otro para construir el día a día. Y poco a poco, cambiar el futuro.
         Este es el principio, a mi modo de ver, para que podamos confiar en un mañana diferente. Si el cambio es posible, éste debe empezar aquí.


Sprinter






2 comentarios:

  1. uhmmmm creer ke hombre y mujer son diferentes es para mi el principio de la discriminación... yo creo ke somos iguales: simples y tontos seres humanos :P

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