domingo, 13 de febrero de 2011

Personas Normales

Nos educan para ser personas “normales”. A lo largo de nuestras vidas corremos hacia las metas que otros nos han marcado generación tras generación. Competimos, nos decepcionamos, sufrimos…y finalmente nos perdemos en el camino. Luego, el algún momento de nuestras vidas, la mayoría caemos en la cuenta de que lo único que hemos hecho ha sido seguir el guión que se nos ha marcado. Para algunos, el shock es tan fuerte, que prefieren ignorar la realidad, borrarla de un plumazo de sus mentes y seguir como hasta entonces, justificando esta actitud con argumentos repetitivos para autoconvencerse de que aquél guión es el único posible: lo normal.
Quizá el momento más decisivo de esta carrera es el que nos indica que somos medias personas si no compartimos nuestras vidas con otro ser (preferiblemente del sexo opuesto). Es  decir, hasta que no encontramos a ese ser, no estamos completos. Somos anormales. Hasta ese momento hemos hecho lo que se nos ha “sugerido”: hemos ido al colegio para obtener el mínimo diploma (si no, no valemos nada), con más o menos esfuerzo, algunos hemos seguido estudiando (generalmente lo que nos dé una posición, un caché, una mínima dignidad). Si no estudiamos, fracasamos un poco…solo un poco, porque enseguida encontraremos un oficio…y ya es sabido que “el trabajo dignifica”. Compramos cosas…muchas cosas. Es muy importante tener una buena imagen. Mientras más guapo y a la moda estés, más feliz parecerás…atraerás el “éxito”. Y así continuamos corriendo…hasta que llega él o ella.
A veces hay varios intentos. Muchas veces el o ella resultan no ser la mitad que nos falta. Y seguimos buscando para poder terminar de  completar el argumento de nuestra vida. Hasta que un determinado momento, bien porque creemos que se nos hace tarde, bien por puro agotamiento en la carrera, encontramos una mitad que a la fuerza tendrá que ser la que encaje. Entonces ocurre el milagro: nos enamoramos. Algunas veces, durante esa etapa, algo en nuestra verdadera consciencia verifica que la pasión no será suficiente. Sabemos que hay cosas en el otro que nos dicen que no saldrá bien. Pero nuestro instinto de supervivencia aprendido nos hace creer que si fracasamos en el intento la manada nos rechazará.
Aún no estamos preparados para entender que la otra mitad es un invento. Que sólo siendo uno entero, podremos encontrar paz. Así que, como la otra mitad tiene que encajar de cualquier manera, nos dedicamos a intentar cambiarla. Darle una nueva forma para que cuadre en nuestra vida. Y él o ella harán exactamente lo mismo. Da igual el método que se utilice. Al fracasar en el intento, que nos puede llevar años, a veces concluimos que solo nos queda aceptarla como es. Así que intentamos adaptarnos para poder seguir siendo personas “normales”, nuestra razón de ser. Y así pasa nuestra vida. Frustración tras frustración. Hagamos lo que hagamos nuestra mitad no termina de ser la pieza que nos falta en el puzzle. Pero hasta que llegamos aquí, hemos ido acumulando rencores…muchos rencores. Los exterioricemos o no, la violencia se hace patente de cualquier modo: da igual si es física o verbal…o si se transforma en silencio…
Hemos destrozado nuestra vida, la de nuestra mitad y la de nuestros herederos (que están en medio de su propia carrera hacia la normalidad). El respeto desaparece dejando lugar a la desidia. El cansancio. Ni resto de pasión.
Y entonces, nos perdemos.
         Momento crucial.
Nuestro esquema se viene abajo. Ya no sabemos quien somos, para que hemos vivido, en que hemos empleado nuestro tiempo. No queremos entender…Nos mentimos…Nos abandonamos…
Hasta que llega el rompimiento.
         Es entonces cuando elegimos.
         Seguir viviendo la guerra sicológica de destrucción y miedo. Con intervalos de reconciliaciones que solo la pasión alimenta. Reconciliaciones falsas que no pueden sostenerse en el tiempo.
…O empezamos a ser honrados con nosotros mismos. Comenzamos a entender que  uno mas uno son dos y medio mas medio no es uno, sino cero. Nos salimos de la carrera absurda a la que nos apuntaron sin permiso. Cambiamos el sueño del mundo prefabricado de colores, de príncipes azules y princesas de cabellos de oro, por el paisaje auténtico y maravilloso de la vida.

Nos liberamos. Bendita palabra!




Y solo entonces, empezamos a aprender a amar.


Sprinter