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domingo, 16 de enero de 2011

El Elefante Rojo



En un hermoso país nórdico  vive muy feliz un sabio y rico vendedor que conocí en mi juventud.
         Mantiene por estrategia, comercial e impositiva, un perfil publicitario bajo, pero sus ventas son fabulosas.
         Ofrece con un trato particular y directo, el más extraño de los productos, un artículo increíble por todos deseado: un frasco de agua que se transforma, al agitarlo despacio durante un minuto, en oro puro.
         Este buen hombre no tiene problemas de materia prima en este generoso y contradictorio planeta que, aunque se llame Tierra, su mayor superficie es de agua.
         Es un vendedor que nunca ha recibido una sola queja de sus ambiciosos clientes.
         Al cerrar la venta, envolver el preciado producto,  cobrar en efectivo y entregarlo, completa la operación con el siguiente aviso:
- Eso sí, no lo olvide nunca: para que el experimento funcione correctamente, cuando usted agite el producto, no debe pensar en el elefante rojo. Si lo hace, suspenda inmediatamente la alquimia, y espere un momento más apropiado de su mente.
Los atentos consumidores intentaban una y otra vez conseguir el ansiado oro puro, pero en forma recurrente, infatigable, ¡el elefante rojo aparecía en su escenario mental!.


¿Cuáles son los elefantes rojos que impiden los beneficios de un proyecto, de un sueño o de una empresa?
         ¿Qué nombres toman los miedos invasores que malogran con su presencia nuestras esperanzas de realización?
         El agua que se transforma en oro puro se sirve de la confianza. Evapora sus intenciones de abundancia en el miedo.
         Sólo una mente segura en sí misma puede responder a lo nuevo con lo nuevo. En caso contrario, convoca a la caravana de elefantes rojos que de niños heredamos de nuestros abuelos y que oscurece con el miedo las posibilidades extraordinarias de nuestra sensibilidad.

De libro “Cuentos para regalar a personas sensibles”, Enrique Mariscal.


domingo, 21 de marzo de 2010

Opciones


Cuando uno ve con claridad un peligro actúa de algún  modo. Si nuestra percepción es confusa solemos suspender la acción, dudamos, intentamos no decidir. Postergar algo de manera recurrente implica una opción ante la vida, una elección.
         Las actitudes, en todos los casos, son posturas mentales de cierta rigidez con las que repetimos un estilo a la hora de formular opciones.
         La sabiduría popular nos dice que si una persona es “ganadora” cuando comete una equivocación se le escucha decir “yo me equivoqué”.
         En cambio, en similar situación una individualidad “perdedora” se excusa, terminante, con un “no fue mi culpa”.
         Una persona “ganadora” trabaja duro y siempre tiene más tiempo libre. Un sujeto “perdedor” está demasiado atareado para atender aquello que es importante y necesario.
         Un “ganador” hace frente y supera el problema que le ocupa; es diligente. Un “perdedor” da vueltas y vueltas a las dificultades con las que se preocupa, es negligente con los hechos.
         El “ganador” se compromete, centra sus energías en un propósito; un “perdedor” promete, no afronta de inmediato las dificultades con voluntad de superación, verbaliza intenciones no asumidas.
         Cuando un “ganador” dice “soy bueno, pero no tanto como me gustaría ser”, el “perdedor” aclara “yo no soy tan malo como mucha otra gente”.
         Un sujeto “ganador” escucha, comprende y responde cooperativamente. Un “perdedor” solamente espera que le toque su turno para hablar, desconectándose de lo que se está diciendo.
         La personalidad “ganadora” respeta a aquellos que son superiores a él y trata de aprender de ellos. La persona “perdedora” siente resentimiento hacia aquellos que son sus superiores, trata por todos los medios de encontrarles defectos que los descalifiquen.
         Quien es “ganador” se siente responsable no solamente de su trabajo, sino de todas las conexiones que se establecen en sus interrelaciones con la vida. Quien es “perdedor” se enquista en una posición defensiva: “Yo sólo hago mi trabajo”.
         Una individualidad “ganadora” argumenta: “Debe haber una mejor forma de hacerlo”. Un estilo “perdedor” asegura: “Esta es la mejor forma de hacerlo, es insuperable”.
         Se me ocurre ahora la pregunta que corresponde hacer ante tantas opciones: ¿Qué se trata de ganar o qué es lo que se puede perder?.
         La respuesta depende de la reflexión de cada lector.
         Puede servir de ayuda añadir que una persona “ganadora” compartiría este mensaje con sus amistades.
         Un “perdedor”, sin embargo, se guardaría este cuento para sí mismo. No lo comenta con nadie por temor a perderlo. No educa su sensibilidad en la alegría de compartir. No vibra.

 Del libro “Cuentos para regalar a personas sensibles” de Enrique Mariscal.